Sarayaku, Pastaza (Después del texto, encontrará la historia de la fiesta en fotografías).
Enormes figuras oscuras sobresalen del agua, parecen fósiles de criaturas prehistóricas, sin embargo, a medida que la canoa se aproxima, se descubre que se trata de árboles muertos a lo largo del río Bobonaza. Sus aguas oscuras se extienden, selva a dentro, como una gigantesca boa convirtiéndose en la ruta fluvial para llegar, en canoa, a la comunidad Sarayaku, en la provincia de Pastaza.
A lo largo de las orillas del río, las ramas de los Yutzus, árboles de raíces fuertes, se extienden hacia el agua como pescuezos de jirafas sedientas, formando túneles por donde, muchas veces, tienen que navegar las canoas.
Después de cinco horas de navegación desde el Puerto Canelos, cerca del Puyo, se materializa Sarayaku, una comunidad quichua que tiene unos mil doscientos habitantes, donde se celebra la fiesta Uyantza, un ritual sagrado que simboliza la vida y reafirma la vigencia y soberanía de este Pueblo Originario. Hasta hace diez años la fiesta se realizaba cada año, a partir de ahí, cada dos y en el futuro se hará cada tres años; por resolución de la asamblea de Sarayaku, máxima autoridad de la comunidad, considerando la recuperación de la fauna.
Este año (2017) la fiesta se celebra desde el 10 hasta el 13 de febrero, sin embargo, doce días antes, los hombres salieron a cazar y pescar, mientras las mujeres se quedaron en la comunidad elaborando cerámica y preparando chicha de yuca mascada para bañarse y brindar durante la celebración.
Un grupo de unos 40 hombres conocidos como lanceros, permanecen alerta en sus canoas, minutos antes, habían derramado en el río, un líquido blanco como la leche, proveniente de la raíz machacada de un árbol denominado barbasco, una planta que contiene jugos con efectos narcóticos que afectan a los peces, pero no a los humanos, obligándolos a nadar con dificultad y flotar en las turbias aguas del Bobonaza. Es ahí cuando los lanceros hacen su trabajo, sus hábiles y fuertes brazos sujetan una lanza de madera con un afilado arpón incrustado en la punta y atado con una delgada cuerda enrollada en la lanza.
Una vez que el arpón ingresa en la carne del bagre, éste se desprende de la punta de la lanza y queda sujetado por la cuerda, entonces, el lancero comienza a tirar la cuerda y la presa, a pesar de que ofrece resistencia, termina en la canoa. Muchas veces, cuando el bagre es muy grande, varios hombres saltan al agua para dominarlo.
Este año se logró pescar 60 bagres considerados grandes, es decir, los que miden más de 40 centímetros. El resto se contabiliza por pilanas o canastas que sumaron unas 25.
El tiempo de la pesca termina y es hora de la cacería. Los grupos de cazadores se internan en la selva durante unos cuatro o cinco días, ahí, cazan tucanes, pavas, saínos, lagartos, monos, guantas, cuchuchos, entre otros. Ahí mismo, las presas son ahumadas para preservar su carne. La comunidad ha decidido no matar guacamayos ni tapires debido a que estas especias están en peligro de extinción por la lenta reproducción.
Según Holger Cisneros Malaver, expresidente de la Comunidad, en cada fiesta se caza unos mil seiscientos animales repartidos entre los cuatro priostes que intervienen en la fiesta Uyantza.
En la madrugada, las mujeres se aprovisionan de chicha y salen en canoas a través de una gran avenida de agua que forma el Bobonaza hasta una playa cercana a la espera de los cazadores, que vuelven tras permanecer doce días en la jungla.
Entonces, al son de los tambores, empieza la fiesta, el sonido es penetrante: se abre paso entre los cedros, guayacanes, canelos, matapalos, palmeras; cruza el río Bobonaza una y otra vez. Se esparce en lo más profundo de la selva, retumbando en cada casa de la comunidad, durante cuatro días. En la fiesta también se celebran matrimonios.